Torres y fortificaciones nazaríes pueblan la provincia de Granada pero no en todas se ha intervenido hasta la fecha con el mismo éxito
En Granada se conservan más de 150 restos de castillos, fortalezas y torres medievales. Son casi tantos como pueblos hay en la provincia (179). Y es que prácticamente en cada uno de ellos existe una construcción de este tipo. «Todos son especiales, singulares, con algo que los hacen diferentes al resto. A veces por su arquitectura, otras por los acontecimientos históricos de los que fueron testigos o por la importancia de los restos que se han conservado», explica el arqueólogo Ángel Rodríguez, que ha participado en algunas de las actuaciones de restauración ejecutadas hasta hoy. Es precisamente la labor de conservación y restauración de estas infraestructuras históricas lo que supone una mayor inversión para la administración pública. Dentro de esa labor siempre se encuadra la investigación arqueológica. En ocasiones se hace de forma previa a la restauración y otras a la par. «Los resultados son muy dispares y eso provoca que no sepamos lo mismo de todos los castillos en los que aparentemente se ha intervenido, unas veces con éxito y otras con un evidente fracaso», señala Rodríguez.
La diversidad tipológica y funcional de los castillos y fortalezas es dispar. No todos son iguales ni son de la misma etapa. Por su carácter estratégico a lo largo de la historia suelen albergar distintas fases de construcción e incluso funciones cambiantes a lo largo del tiempo. «Muchos de ellos fueron construidos en el siglo XI d.C. pero la mayor parte forman parte del apogeo del reino nazarí de Granada, es decir, entre el siglo XIII y XIV. Hay algunos ejemplos muy bien fechados por las fuentes históricas. Por ejemplo, el castillo de Mondújar, mandado levantar por Muley Hacén en plena guerra con su hijo Boabdil, a finales del siglo XV; o el castillo de Iznájar - en Córdoba, cerca de Loja- que fue convertido en una fortaleza inexpugnable por Pedro I entre 1362 y 1369», apunta el arqueólogo.
Para encuadrar estas construcciones, la primera diferenciación que hacen los investigadores es entre fortificaciones urbanas y rurales. En las urbanas se incluyen todas las murallas y alcazabas de las principales ciudades del reino, como Granada, Almería y Málaga, pero también las menores como Loja, Guadix, Baza, Almuñécar, Antequera o Ronda. «En todas es común la existencia de una muralla de la medina, más o menos reforzada con antemuro, barbacana y foso, que podía estar presente o no, en la que se abrían puertas fortificadas que controlaban el acceso. En la parte más simbólica y emblemática se encontraba la alcazaba, que tenía a su vez su propia estructura independiente, y el sistema se completaba con las defensas de los arrabales exteriores, unos amurallados y otros no», detalla Rodríguez. En Granada, el paradigma es el Albaicín, cerrado a mediados del siglo XIV con la construcción de la cerca Don Gonzalo, y otros, como el arrabal de la Rambla, que no estuvo amurallado.
En el mundo rural la variedad de fortificaciones es muy numerosa pero de forma genérica el castillo -hins en árabe- era la pieza elemental y fundamental de todo el sistema. Alrededor de cada castillo se articulaban las alquerías -asentamientos ruralesy un sistema de defensa y conexión con otros por medio de una red de atalayas. Situadas siempre en punto estratégicos por su visibilidad, las torres se comunicaban entre sí por el sistema de ahumadas y en muy poco tiempo se podía informar de los acontecimientos que estaban sucediendo desde la frontera al corazón del reino, la Alhambra. El ejemplo más conocido es la atalaya de Albolote, cuyo emplazamiento explica la conexión visual entre la frontera y la famosa Torre de la Vela.
Torreones significativos
Un modelo intermedio eran las torres de alquería, fortificaciones formadas por una torre, a veces exenta y a veces con recinto amurallado que permitía la protección de los campesinos, de sus cosechas, ganados y aperos de labranza en caso de incursiones de las tropas castellanas. Algunas de estas torres formaban parte de grandes almunias y tenían un significado más bien residencial y aristocrático. «Son muy numerosas y los ejemplos más significativos son el torreón de Las Gabias, el fuerte de Alhendín, la torre de Tocón, la torre de Romilla, la torre del Tío Vayo, en las Albuñuelas, la de Lanteira, la de Ferreira, la torre del Bordonal, en Chauchina...», enumera Ángel Rodríguez. Entre las intervenciones más destacadas de conservación y restauración realizadas en estas fortificaciones destacan las de la alcazaba de Loja, el castillo de Moclín, Zagra, La Peza, la torre del Homenaje de Huéscar, Lanjarón, Íllora, Almuñécar, Salobreña o Píñar, entre otras. Pero Rodríguez subraya sobre el resto, por la simbiosis positiva entre arqueología y restauración, las de Lanjarón, Castril de la Peña y, especialmente, Salobreña e Íllora.
«En otros emplazamientos se han hecho muchas campañas arqueológicas pero las obras de restauración no han llegado a buen puerto y la posibilidad de obtener información relevante se ha visto frustrada, como por ejemplo en Moclín o en Píñar. En otros casos las intervenciones han sido meramente puntuales, como Zagra o La Peza», puntualiza. Y añade: «Los castillos de Lanjarón y Castril se han convertido en un importante reclamo turístico de estos dos municipios, poniendo en evidencia que la investigación y restauración del Patrimonio Histórico, siempre que se hace de forma bien planificada, es capaz de incrementar el valor añadido y el interés de su entorno». Desde su punto de vista las intervenciones más significativas son las de Salobreña e Íllora por varios motivos. «El de Salobreña, excavado en los últimos años por Julio Navarro Palazón, es un castillo que se encontraba oculto por la restauración de Francisco Prieto Moreno de los años 50 del siglo XX y después de las excavaciones se ha podido recuperar parte de su estructura islámica, que tiene mucho que ver con un recinto de tipo palaciego. No olvidemos que fue prisión real durante el siglo XV», indica. En el lado opuesto sitúa al castillo de Píñar. «Se dejaron los restos en coronación y es más probable que se degraden con el paso del tiempo», avanza el arqueólogo.
No obstante, si el arqueólogo tiene que destacar una fortificación en la provincia es, sin duda, Íllora. A su juicio, es «el mejor ejemplo que existe en la provincia para conocer la forma de vida en una pequeña ciudad fronteriza, porque se ha excavado una buena parte de su interior, aflorando la trama urbana, y se han restaurado sus murallas con criterios científicos en los que la arqueología ha jugado un papel muy importante». De hecho, considera que es «la única muestra arqueológica de este periodo de la que podemos disfrutar en Granada».
Cinco aljibes
Ubicado en el centro de Íllora, con fácil acceso, se extiende sobre un cerro con una superficie de 10.000 metros cuadrados, de los cuales se han excavado una tercera parte, aproximadamente. Está organizado en tres sectores, dos urbanos y una alcazaba en la parte más alta. En el sector oriental, que es el más accesible, se encuentra un complejo sistema de acceso muy fortificado y una doble muralla muy potente. «En el interior excavamos entre el 2014 y 2016 una densa trama urbana con calles principales, adarves y una veintena de edificios, algunos identificados como tiendas, talleres, casas y una alhóndiga», recuerda Rodríguez Aguilera. Entre los descubrimientos más relevantes fue la aparición de una calle de conexión directa entre la puerta de la fortaleza y la torre puerta de ingreso en la alcazaba de la que no había ninguna referencia. «Se trata de una gran torre con una puerta en recodo, en la que descubrimos un epígrafe árabe que nos permitirá conocer la fecha exacta de su fundación. Todo está levantado sobre los restos de una fortaleza de época romana», explica. En el interior de la alcazaba se encuentran un gran patio de armas, los restos de la torre del homenaje y, «lo más sorprendente, cinco aljibes con una capacidad de almacenar agua muy superior a la que se estima necesaria para la población». Pendiente de excavación de este castillo queda el sector urbano occidental, conocido como el arrabal. «Pudimos hacer algunas catas en sus murallas para identificar una puerta de acceso por el norte», resalta el arqueólogo. El castillo de Íllora está datado en el siglo XI y todas las grandes reformas arquitectónicas citadas se hicieron en la primer mitad del siglo XIII, justo cuando se consolida la formación del reino nazarí de Granada. Fue conquistado por los reinos cristianos en 1486 y Gonzalo Fernández de Córdoba fue nombrado su alcaide. Las obras de restauración de este castillo se acercaron a 2,5 millones de euros, dato que puede servir de guía para hacerse una idea de lo costoso que resulta conservar el patrimonio de fortificaciones que posee la provincia. Es el principal problema al que se enfrentan los especialistas, la financiación. Afrontarlo todo sería muy costoso, por eso, Ángel Rodríguez propone dos casos singulares que la administración debería poner en su punto de mira: Montefrío y Mondújar.